Carta de Alumno con Dislexia a su Maestra: 30 Años Después

Querida maestra Gudelia,

Creo que estaría orgulloso de mi. Pero aún mejor espero que después de esta carta este orgullosa por ser la maestra que cambió la vida de un niño que odiaba la escuela pero amaba aprender.

Hace más de tres décadas, cuando estaba en quinto, fue la primer maestra quien no solamente creyó en mí, también identificó acertadamente que tenía dificultades en la escuela que no me permitían rendir o tener éxito académico. Hasta el momento había pasado desapercibido, siendo serio, no causaba problemas en el salón, mis calificaciones no eran las mejores, no reprobaba tampoco.  Bien pudo, como las y los maestros antes que usted simplemente afirmar que era un alumno mediocre. Usted no podría saberlo de mi boca, no tenía palabras para expresar esto entonces, pero me frustraba saber que algo era diferente en mí, y que esto no me permitía rendir como otros alumnos. Contemplando que no podía aprenderme las tablas, con mi letra indescifrable, mi ortografía imperdonable, constantemente inatento y que no comprendía lo que leía, dudaba de mi capacidad e inteligencia, aun cuando veía que tenía aptitudes, curiosidad y ganas de aprender. A final me convencí de la explicación de todos mis previos maestros, que era flojo, y ser flojo era lo que me frenaba.

Pero no fue así para usted maestra. Algo vio en mí, algo reconoció. Mi memoria no va muy profundo en mi infancia, cuento con imágenes vagas, los niños corriendo en el hielo que se hacía con las heladas del invierno desértico, mis amigos en sexto cuando hacíamos Transformers de papel que se transformaban de auto a robot, el sol insoportable en los honores a la bandera. Imágenes borrosas, y entre estas solo la de dos maestras. Socorrito y usted. Los recuerdos de la maestra Socorrito no son gratos, me enseñó a odiar a la escuela, pero igual le puedo agradecer ser parte de mi viaje como educador y psicólogo. De usted guardo un recuerdo especial, no es por nada que fue la única maestra que invité a comer a la casa -disculpe una vez más, cuando llegó se sorprendió mi mamá porque olvide decirle que la había invitado, pero fue uno de los momentos más especiales de mi infancia tener a mi maestra favorita en mi casa, comenzó una tradición involuntaria de invitar a mis admirados maestros a conocer a mi mamá y la casa en donde crecí.

Tengo un recuerdo suyo maestra Gudelia que fue un salvavidas para mí por años. Le pidió a mi mamá hablar con ella en la salida. Le comentó que le parecía extraño que no avanzara tanto en la escuela dado que era inteligente y un niño muy creativo, y que me deberían ir a evaluar. Hasta ese momento ninguno de mis maestros me había dado ese voto de confianza, no había sido descrito así por una maestra o maestro. Esta declaración llegaba a mí en mis momentos de mayor duda sobre mi inteligencia. Quizá no fuera el más inteligente, pero era creativo, podía tener ideas originales. Usted fue una de las primeras maestras que creyó en mi cuando yo no podía, y ahora muchos años después usted demostró en mí el poder de un maestro o maestra para inspirar a sus alumnos de ver más allá de sus “limitaciones” y reconocer su capacidad.

Cuando comencé este proyecto, Heterolexia, para crear mayor conciencia sobre la dislexia y sobretodo destacar las fortalezas de quienes vivimos en esta condición, lo primero que pensé fue en diseñar un taller para motivar a los maestros a ser más como usted y menos como la maestra Socorrito. Cuando he impartido este taller maestra, y llego a la parte en donde narro el impacto positivo de que creyera en mí, no puedo frenar las lágrimas. No son lágrimas de tristeza o dolor, es simplemente la intensidad de tener su presencia con otros maestros.  Espero que este ejemplo vivo, enfrente de ellos y ellas los inspire para dar ese extra humano que tiene tanto impacto. Para las y los educadores que ya buscan hacer de su salón un ambiente inclusivo, en donde destacan las fortalezas de sus alumnos, en donde trabajan con los padres para apoyarlos como equipo con sus dificultades, yendo a contracorriente con un esfuerzo que nadie reconoce y sin embargo se animan a dar lo mejor de sí, que tengan por seguro el buen camino que toma su labor, y que no menos precien el poder que tienen para dejar aprendizajes de vida más allá de los contenidos programáticos. Para las y los educadores quienes ven las dificultades de sus alumnos como una molestia, un trabajo extra, y que tratan a sus alumnos como faltos de inteligencia o flojos, que cambie su corazón, que asuman su vocación, y que ayuden a transformar vidas positivamente.

Maestra Gudelia, soy su alumno de quinto, me diagnosticaron con dislexia, recibí apoyo, quise ocultar mis dificultades, tarde años en reconocer mis fortalezas, aprendí a aprender, gozo de leer, puedo escribir, puedo inspirar a otros. Esto gracias a usted y a mi familia. Invitarla a comer a la casa fue mi manera de poner palabras a mi gratitud. Hoy lo puedo hacer con palabras, y espero que muchos otros educadores y educadoras sigan su ejemplo.

Con amor y admiración

Miguel Cortés

PD: Esta carta también pudiera haber sido dirigida al Profe Patricio en la secundaria, al profe Quiñones de la Prepa, a Larry Cohen en la universidad, a Shelli Fowler, Karen DePauw y Carla Chandler durante el posgrado, y en mi vida profesional a Tere Almada, Carrie Lobman y Lois Holzman, todas y todos grandes educadores que fueron insistentes para destacar mis fortalezas cuando insistía en solo ver mis “dificultades”.

Foto por Bich Tran de Pexels https://www.pexels.com/photo/you-are-enough-text-669988/

3 comentarios

  1. Pues yo escribiría otra, a esos maestros de hace 30 años que eran don y doña y no tenían ni puta idea de lo que era un niño disléxicos y los trataban de tontos e inútiles. Sin embargo con mucho esfuerzo, constancia, perseverancia y tenacidad, han conseguido todas sus metas.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Salir de la versión móvil